
Lo hacemos constantemente, calificamos algunas imágenes como buenas fotografías mientras otras se quedan fuera del grupo. Aceptamos esa etiqueta de manera tácita, a pesar de que el criterio de quien la usa no coincida con el nuestro. Una fotografía puede ser buena para alguien y no para nosotros.
Entonces, ¿qué significa realmente cuando decimos que una fotografía es buena? ¿De verdad tiene sentido calificarla así?
Mejores y peores fotografías
Partamos del hecho de que hay peores y mejores fotografías, algo que podemos constatar si comparamos las nuestras con las de los grandes maestros, o si hacemos un montón con las que tomamos hace años y otro con las que creamos hoy en día para ponerlas frente a frente.
Todos deberíamos aspirar a que nuestras fotografías sean cada vez mejores, mejores que las que hacíamos antes y mejores en el sentido de que se acerquen a las de los fotógrafos que admiramos. Las preguntas que deberíamos plantearnos son: ¿cuándo son buenas? ¿por qué lo son? Y quizás más importante aún: ¿cuándo y porqué sabemos que no hemos conseguido una buena fotografía?
Una imagen puede ser técnicamente perfecta o todo lo contrario, lo primero no la convierte necesariamente en una gran fotografía, ni lo segundo la invalida para serlo: una captura movida o desenfocada puede dejarte sin aliento, y eso debería ser suficiente para que, como mínimo, no la califiques de inmediato como mala en el sentido de “lo contrario a buena”.
Una fotografía puede ser bella, puede estar compuesta hasta el mínimo detalle, ser oportuna, significativa, divertida, surrealista, intensa y un sinfín de cosas más… ¿Basta con que cumpla una sola de esas características para que sea considerada una buena imagen? ¿Significa eso que si no es bella, ni oportuna, ni significativa, ni divertida, etcétera ya no puede ser una gran fotografía?
Hyères y el vino
Hace unos meses te contaba que alguien había subido una imagen de Henri Cartier-Bresson a Flickr (la que encabeza esta entrada), sin desvelar el nombre del autor, para exponerla a las críticas de los que pasaban por allí. El resultado del experimento fue revelador: si bien mucha gente reconoció una de las fotografías más famosas del francés y otros, sin saber que era suya, la calificaron como una gran imagen (argumentando por qué la consideraban así), no faltaron usuarios que la tildaban de completo fracaso, lleno de presuntos errores no sólo técnicos, sino también compositivos. El hilo acabó con más de 600 mensajes entre los que no escaseaban cosas como: “bien compuesta pero borrosa”, “yo que tú trataría de repetirla”, etc. Más allá del debate de si redes como Flickr, Facebook o Tumblr son los mejores lugares para recibir críticas constructivas, ese glorioso capítulo debería servirnos para cuestionar los esquemas según los cuales valoramos las imágenes. Quizás precisamente el hecho de aplicar “esquemas” sea el problema.
Tengo amigos que saben de vino. Algunos de ellos poseen la capacidad de verbalizar por qué uno es bueno y otro no; hablan de retrogusto, de matices afrutados, de untuosidad y de vinos acabados. Les escucho y me pregunto cómo pueden sentir todas esas cosas, cuando yo, a su lado, solo consigo distinguir entre los que me gustan y los que no, sin saber muy bien por qué.
No conozco el mundo del vino, no lo he estudiado, ni he dedicado tiempo a probar distintas variedades con la intención de aprender qué las diferencia. Me llega con compartir un rato con mis amigos con una copa en la mano y, aunque lo intento, no alcanzo a disfrutarlo como ellos. Me falta criterio. Apuesto a que, si me soltasen en una sala llena de expertos, me diesen una copa del mejor vino y un micrófono para que explicase bien alto qué opino, la impresión que causaría no sería muy diferente a la de los usuarios de Flickr que vituperaron la imagen de Hyères…
Construye un criterio
Supongo que al final todo es una cuestión de criterio, algo que, por cierto y afortunadamente, podemos cultivar a diario a fuerza de ver imágenes y de leer (mucho) sobre Fotografía, pero no sólo sobre ella; cuantas más cosas consigamos poner en juego a la hora de juzgar las imágenes, más sólido será nuestro juicio, de la misma forma que cuanta más cultura visual tengamos mayor será el repertorio que podemos conseguir con nuestra cámara.
No hay nada malo en que las fotografías (propias y ajenas) que antes nos gustaban dejen de hacerlo; pero al menos deberíamos cuestionarnos por qué. Si somos capaces de responder a esa pregunta, estaremos en el camino para construir un criterio, el nuestro. A partir de ahí, podemos seguir afilándolo como quien saca punta a una rama con una navaja.
Así que, si lo que nos apasiona es la Fotografía, cuestionémonos por qué nos atrapan algunas imágenes, esforcémonos en saborearlas y tratemos de verbalizar qué las hace especiales. Escuchemos y leamos a los que saben o, al menos intentan comprender. Hagamos todo esto con espíritu crítico pero con la humildad de saber que podríamos ser el del micrófono frente a los expertos en vino. Mantengámonos abiertos a lo desconocido sin confiar en esquemas rígidos e inamovibles.
Construyamos poco a poco un criterio. No importa si al principio no está a la altura del de los expertos, si le dedicamos el tiempo y el esfuerzo suficientes llegará a ser tan válido como el que más y, sobre todo, será el nuestro.
1 comentario en «Qué sentido tiene hablar de buenas fotografías y cómo construir un criterio»