Cuando contemplamos una fotografía nuestro primer (y lógico) impulso es identificar lo que contiene, qué parte del mundo se ha quedado encerrada entre sus bordes y acaso, por qué nos la están mostrando. Un lugar, un objeto, una persona paseando, un grupo interactuando o simplemente cruzándose en la calle, una situación rocambolesca o un instante efímero que se desvaneció poco después de que el fotógrafo pulsase el botón de disparo de su cámara.
A veces vemos el hecho, las cosas o los personajes pasando a través de la fotografía sin reparar en ella. Es normal, tratamos de descifrar constantemente lo que vemos. Pero eso significa que corremos el riesgo de confundir el interés de lo contenido en la imagen con el interés visual de la propia captura; de ahí a creer que el simple hecho de fotografiar algo interesante da como resultado una imagen interesante sólo hay un pequeño y resbaladizo paso.
No es extraño que acabemos pensando que una fotografía es atractiva si (y sólo si) lo fotografiado es bello, significativo, o importante.
Lo anterior no es del todo falso. De hecho habrás oído que para hacer fotos interesantes basta con plantarse con la cámara ante cosas interesantes. Vale, es una manera, aceptémoslo. Y sin embargo, demasiado a menudo tenemos que admitir que una imagen de algo aparentemente anodino nos seduce. ¿Por qué?
Las fotografías no son sólo la representación de algo. Una imagen fotográfica es un dibujo que la luz ha hecho sobre una superficie (llámala sensor o película). Todos sabemos que un dibujo puede ser bello aunque lo representado en él no lo sea. ¿Por qué no aplicamos el mismo criterio a una fotografía?
Dejando a un lado consideraciones acerca de que determinadas imágenes (y sobre todo determinadas series) pueden hablar de cosas que no son evidentes en una primera lectura y volviendo a la parte puramente visual, debemos ser conscientes de que más allá de lo que muestran, las imágenes pueden ser arrebatadoras simplemente por el aspecto de lo que contienen, aunque lo que representan no sea en absoluto interesante para quien las contempla.
Deja de valorar las fotografías sólo por las cosas que contienen y mira más allá, para disfrutar (también y por qué no, sólo) de la belleza que a veces se esconde entre los pliegues de nuestro día a día. Disfruta de las formas, de los colores, de la organización del espacio, de las sombras…
La Fotografía puede mostrarnos esa belleza, a cambio sólo nos pide que aprendamos a mirar más allá de lo obvio.
¿Qué opinas? ¿Cómo lo ves? ¿Eres capaz de separar forma y contenido? ¿Cómo lo haces? Cuéntame en comentarios… Si te ha gustado la entrada, compártela en tus redes (gracias)!
He escuchado por ahí que hay belleza en todas las cosas, pero no todos somos capaces de verla y, para mí esa es una gran verdad. Yo salgo a la calle con mi cámara y en ningún momento tengo la pretensión de regresar a casa con una obra maestra, solo fotografía lo cotidiano, lo común y siempre encuentro algo que me satisface en la mayoría de las imágenes que capturo. Muy buen artículo. Saludos
Gracias Ernesto!
Todos miramos de forma distinta, y a fuerza de obligarnos a ver, nuestra mirada también cambia. Además, la belleza es algo tan persona, ¿no crees? La suerte que tenemos es contar como compañera con la Fotografía… ;)
Un abrazo.
Jota.