
¿Cuántas veces recorremos las calles con la cámara en la mano repitiéndonos que allí no hay nada que fotografiar? ¿Cuántas veces nos decimos “no sé que hago aquí, si nunca pasa nada”?
Confieso que en mi caso la respuesta a ambas preguntas es “demasiadas”. La peor consecuencia es que tan pronto como soy consciente de que me he contestado así pierdo la fe en encontrar algo que valga la pena fotografiar. Empiezo a mirar de otra forma, peor. O lo que es lo mismo, una vez más caigo en la trampa de pensar que sólo vale la pena si el resultado es bueno.
Aunque a menudo nos neguemos (me niegue) a admitirlo, lo cierto es que a nuestro alrededor suceden continuamente cosas inesperadas que nos dan la oportunidad de crear fotografías. No hace falta que sean grandes acontecimientos, basta con que hagan “clic” en nuestra cabeza.
Sólo hay que bajar la guardia para que puedan acercarse lo suficiente, lo que equivale a cerrar la boca a esa vocecita interior que se empeña en convencernos de que abandonemos a las primeras de cambio.
La imagen
Ajustes de cámara y técnica
La luz comienza a escasear y estoy en una zona de la ciudad bastante saturada (paradas de autobús, coches y motos, señales, carteles, bancos y gente por todas partes), así que en lugar de aumentar la sensibilidad del sensor opto por incrementar la apertura de diafragma, de esa forma además de compensar la falta de luz el fondo de las fotografías aparecerá ligeramente desenfocado y no tendrá tanto peso en ellas. Siempre y cuando me acerque lo suficiente a aquello que quiera captar nítido, claro, porque con una focal corta de 35 milímetros la profundidad de campo no es precisamente escasa cuando los objetos se encuentran lejos de la cámara.
De modo que llevo mis ajustes por defecto para Fotografía de calle pero con una apertura de f/4. La medición de luz en matricial, y enfoque automático ya que con un diafragma tan grande la distancia hiperfocal es demasiado grande como para resultar útil.
Composición
Acabo de cruzar el paso de cebra. Justo del otro lado había mantenido conmigo mismo la desalentadora conversación de la que te hablo arriba. Esta vez la vocecilla ha estado especialmente insistente y se ha impuesto. Hora de marcharse. Sin embargo no guardo la cámara, nunca se sabe; una cosa es resignarse y otra renunciar a toda posibilidad.
Me cruzo con la mujer al llegar a la acera y, no me preguntes por qué, me vuelvo cuando pasa justo a mi lado. Lo que veo me hace sonreír y pienso que bien merece un intento. Sé que si no me acerco lo suficiente el fondo se comerá la foto, así que doy dos pasos tras ella, intento que llene a tope el encuadre para reducir al máximo las distracciones y elevo ligeramente mi punto de vista (antes me había agachado) para que la parte de arriba, ocupada por un autobús y otras personas, no se vea tanto…
Clic.
¿Y tú? ¿Cómo luchas contra la rutina? ¿Dejas que esa sensación de que no hay nada que hacer te reste opciones? Déjanos tus impresiones en los comentarios. :-) Si te ha gustado la entrada, compártela en tus redes (tienes enlaces para hacerlo al final de la entrada). Gracias! Y recuerda que hay muchas más como esta en la correspondiente categoría del blog…
Debo admitir que la rutina muchas veces puede con mis ánimos…
pero la mejor manera de combatirla es hacerte su amiga!
La rutina nos trae cosas maravillosas.
¿A caso hay algo más bonito que fotografiar a tu madre preparar el desayuno en un hábitat habitual?
¿No es bonito el retrato de tu fiel y querida mascota?
¿No está cargada de emoción una cabeza gacha, con la mirada perdida sobre el suelo del metro?
Estoy contigo, Andrea: lo importante no es tanto lo que tenemos a mano, sino lo que hacemos con lo que tenemos a mano. :)
Gracias por aportar! :)
Jota.