
El reconocimiento del gran público llegó tarde para Helen Levitt, que hasta entonces había sido considerada una “fotógrafa de fotógrafos”, o lo que es lo mismo, alguien muy admirado por sus colegas y a la vez relativamente desconocido para el resto del mundo.
Y sin embargo estaba destinada a erigirse como una figura clave para entender la Fotografía (sobre todo de calle), no en vano su trabajo contó con apasionados admiradores de la talla de Walker Evans o John Szarkowski. Baste decir que éste último, director de Fotografía del MoMA entre 1962 y 1991 llegó a decir de ella que “cuando estaba el plena forma nadie le hizo sombra”.
Una vida alejada del ruido y los focos
Helen Levitt nació en 1913 en Brooklyn, Nueva York, una ciudad de la que se alejaría muy pocas veces a lo largo de su vida. Abandonó la escuela secundaria antes de finalizarla para trabajar en el estudio de un fotógrafo comercial del Bronx. Una exposición de Henri Cartier-Bresson en la Julien Levy Gallery abrió ante ella un mundo nuevo, al descubrir el potencial artístico de la Fotografía.
Cuando vi fotos de Cartier-Bresson comprendí que la Fotografía podía ser arte… Y eso me hizo ambiciosa.
Helen Levitt
Conoce al francés en 1935, al año siguiente se hace con una Leica de segunda mano y comienza a fotografiar.
Dos años después se presenta ante Walker Evans con una selección de sus imágenes, ambos entablan amistad hasta el punto de compartir laboratorio y sesiones de trabajo en las calles de Nueva York, Evans incluso consigue que lo acompañe en sus incursiones en el metro para elaborar Subway Portrait, una experiencia que Levitt recordaba como muy divertida y en la que su papel consistía básicamente en sentarse a su lado para que los viajeros no sospechasen.
Fue Walker Evans quien le enseñó a no dejarse llevar por el sentimentalismo y a tomar distancia respecto de sus imágenes. Un dato tremendamente significativo: en la biografía del autor de American Photographs escrita por James R Mellow se recoge que aquel pensaba que los únicos con algo original que decir eran Cartier-Bresson, Levitt y él mismo… Una afirmación así, hecha por uno de los más grandes del medio debería llevar a preguntarnos cómo la neoyorquina, que llegó a despertar esa admiración entre ilustres colegas, pudo tardar tanto en ser descubierta por el (resto del) mundo de la Fotografía.

El mismo día en que se presenta a Evans conoce a James Agee, un escritor y crítico que también no sólo se va a convertir en su amigo sino también en una enorme influencia. Agee llegaría a referirse a Levitt como una de los pocos fotógrafos que merecían el calificativo de artista (“simplemente porque ninguna otra descripción se ajustaría”); en su prefacio para el libro A Way of Seeing (el libro de la fotógrafa recientemente revisado en Lírica Urbana) dejaba claro a qué se refería con ese término:
La tarea del artista no es convertir el mundo tal y como lo ve el ojo en un mundo de realidad estética, sino percibir la realidad estética contenida en el mundo real y registrar de forma imperturbada y fiel el instante en que ese movimiento de creatividad alcanza su cristalización más expresiva.
James Agee en The Way of Seeing

A pesar de sus relaciones con figuras de ese calibre, Levitt se mantuvo durante toda su vida al margen de los ambientes artísticos de Nueva York, esquivando la fama (acaso aquí reside la respuesta a la pregunta de por qué el reconocimiento le llegó tan tarde), ni siquiera se afilió a la Photo League a pesar de participar en algunas de sus actividades. Siempre fue una persona muy celosa de su intimidad con todos excepto con sus amigos íntimos, con los que compartía habitualmente timbas de póker (un mundo en el que le había introducido Agee); apenas concedió entrevistas, odiaba hablar de sí misma.
Dedicó sus últimos años a tomar fotografías (sobre todo en el campo) y a la edición de sus libros.
Buscando la belleza en las calles
Helen Levitt comenzó fotografiando en blanco y negro un mundo del que ya no queda nada, aunque las calles del Harlem hispano y del Lower East Side siguen ahí, la vida en ellas no tiene nada que ver con lo que retrató en los años posteriores al crash de 1929 cuando, antes de la televisión y el aire acondicionado, los niños y sus familias vivían de puertas afuera. A pesar de lo que pueda parecer a Levitt no le gustaban especialmente los niños (“La gente piensa que sí, pero no… No más que el resto de las personas. Sólo sucedía que eran los niños los que estaban en la calle”, llegó a decir en una ocasión).

La fotógrafa aprovechaba esa actividad incesante para congelar momentos que parecen evidenciar que existe belleza en todas partes, si sabes verla. Levitt caminaba incesantemente con su cámara *, lo que unido al hecho de visitar asiduamente los mismos lugares y permanecer el suficiente tiempo en ellos le permitía convertirse en prácticamente invisible a ojos de los otros. De esa manera Levitt convierte a los vecinos en improvisados actores de una obra que se representa a todas horas, a ratos cómica, otras veces trágica, siempre imprevisible e irrepetible.
* (editado en 2023: no es cierto que siempre usase una cámara de visor lateral que le permitía fotografiar mientras la apuntaba en una dirección distinta, descubierto en esta entrada de The New York Times)
Su intención no era la de contar una historia o denunciar los desequilibrios sociales, aunque evidentemente al escoger los barrios más humildes (no como consecuencia de su pobreza sino porque en ellos ocurre la actividad visualmente interesante que necesita para desarrollar su trabajo) el mensaje va implícito. De la misma manera, sus fotografías no documentan acontecimientos excepcionales sino pequeño momentos llenos de significado y plasticidad, aunque no relevantes; al menos no desde el punto de vista de lo que sucede (aunque sí de cómo sucede). Probablamente el mejor calificativo de su obra lo hizo James Agee cuando se refirió a ella como un “gran trabajo poético”.
La primera vez que se publica un trabajo de Levitt es en la edición especial de la revista Fortune dedicada a Nueva York, en julio de 1939, cuatro años después expone individualmente en el MoMA, comisariada por Edward Steichen, que posteriormente la incluye en The Family of Man (1955) y en One Hundred Master Photographs (1976).
A finales de los cuarenta y durante una década la neoyorquina se pasa al cine. Tras colaborar como montadora en varios documentales proamericanos de Luis Buñuel durante la Segunda Guerra Mundial, se une a James Agee y al pintor Janice Loeb para desarrollar dos cintas propias, In The Street (1948) sobre el Harlem hispano y The Quiet One (1949), en torno a la vida de un crío de diez años con trastornos emocionales, con el que gana el León de Oro del Festival de Venecia y que la lleva a ser candidata al Oscar (en las categorías de Mejor Guión y Mejor Película). Sólo el cine consigue alejarla de Nueva York, por él se muda a Hollywood, donde vive una temporada antes de regresar definitivamente a su ciudad natal.

Cuando a finales de los años cincuenta regresa a la Fotografía con la ayuda de dos becas Guggenheim, cambia de escenario y de medio. El tipo de vida de las calles en las que había trabajado ha desaparecido, de modo que dirige sus pasos hacia el atestado distrito Garment y fotografía en diapositiva, convirtiéndose en una de los primeros grandes fotógrafos en dar el salto al color.
Sus imágenes muestran ahora el ajetreo del centro de la ciudad, donde siguen sucediendo muchas cosas a cambio de una menor interacción entre los protagonistas, estos siguen ajenos a la cámara, aunque esta vez más como consecuencia del ritmo de sus vidas. En 1970 entran a robar en su apartamento, lo que nos priva a todos de disfrutar de muchas de sus imágenes de entonces.

En la década de los noventa, al encontrar el proceso de impresión en color excesivamente complejo, regresa al blanco y negro revelando en el cuarto de baño de su apartamento en Greenwich Village. No obstante, durante una entrevista, ante la pregunta de si prefería trabajar en color o en blanco y negro contesta: “Cualquier película que tenga, eso es lo que dispararé”. Una vez más demuestra algo que ya había evidenciado a lo largo de su carrera: un interés mucho mayor por los sujetos de sus fotografías que por los aspectos técnicos de éstas… Una lección a tener en cuenta.
En definitiva
Alejada de la fama y la repercusión mediática, Helen Levitt fue construyendo día a día una obra fantástica, prácticamente sin salir de su ciudad natal y manteniendo durante toda su carrera un único tema, la vida en las calles. El reconocimiento llegó al fin para situarla en un lugar destacado no ya sólo de la Fotografía de calle, sino de la Fotografía en general, demostrando que cuando se cuenta con talento y se trabaja incesantemente, el resultado de una vida dedicada a lo que se ama acaba ocupando el lugar que merece.
Si quieres descubrir la obra de Helen Levitt, el libro Lírica Urbana es una magnífica oportunidad para adentrarte en su mundo. Puedes ver una buena selección de sus imágenes aquí:
Fuentes:
Para elaborar esta entrada me he ayudado del libro mencionado arriba y, además, de la Wikipedia, El País, Atget Photography, The New York Times, The Telegraph, Npr.org y la página de la Fundación MAPFRE.
¿Conoces el trabajo de Levitt? ¿Que te parece su obra y su figura? Me encantará conocer tus impresiones a través de los comentarios. Si te ha gustado la entrada, no dejes de compartirla entre tus amigos. Gracias. :-)
0 comentarios en «Helen Levitt, la belleza de las calles»