
Hoy te cuento cómo hacer fotografía callejera aprovechando nuestra tendencia constante e inconsciente a buscar conexiones entre las cosas mediante la comparación.
La fotografía que ilustra esta entrada fue tomada en Oporto con una focal de 28 mm a 1/1000 y f/7,1 con ISO 200 y una ligera subexposición (-1/3 EV).
Si en una imagen muestras dos o más elementos que destacan sobre lo demás nos preguntaremos por qué estamos viendo varias cosas a la vez, buscaremos (de forma inconsciente, casi siempre) el motivo por la que en esa fotografía hay más de un centro de atención.
Cuando miramos de manera directa al mundo nos fijamos en algo y después pasamos a otro estímulo. Pero las fotografías, aunque las leamos como si fuese un texto, nos obligan a ver todo lo que contienen a la vez, como si fuesen paréntesis.
El encuadre nos dice “mira aquí dentro” y eso nos predispone a que lo que encontraremos esté conectado, que de alguna manera se parezca.
Ver una foto por primera vez es como abrir un cajón de un mueble que no es tuyo: no sabes qué te vas a encontrar pero esperas que lo que contiene forme parte de un conjunto coherente. Sobres, folios, clips y bolígrafos en el del escritorio; sábanas, toallas y colchas en el armario de la habitación; perfumes, cremas, un cepillo para el pelo, el secador y el cortaúñas en el del baño… Y así cada vez que abres o miras una foto desde cero.
Llegamos un tanto condicionados a encontrar un sentido y una conexión a lo que estamos a punto de ver. Si no sucede y la fotografía no tiene otro gran argumento que la sostenga, nos puede llegar a decepcionar un poco. “¿Qué tengo que ver aquí? ¿En qué tendría que fijarme? No me dice nada…” ¿Te suena?
Y al contrario, por suerte: cuando vemos una imagen y descubrimos la conexión, el hilo que lo mantiene todo atado, aunque sea sutilmente, experimentamos una sensación de éxito que nos satisface: “¡Ah! ¡Lo he pillado!”
La imagen que ves aquí se apoya en que ese chico que mira directamente a cámara está plantado frente a la fachada de piedra, como las dos figura tras él. La comparación inconsciente de entrada se resuelve concluyendo que, aunque él no es una estatua, lo parece.
Fue una suerte que vistiese de colores tan apagados, de llevar tonos saturados y muy diferentes a los de la piedra la relación no sería tan evidente.
Hay más: a nuestro cerebro le gustan las formas que sabe nombrar; entre el turista y las estatuas se crea un triángulo que ocupa casi todo el encuadre, lo que acentúa la conexión entre los tres elementos. Es, de nuevo, un “lo pillo”.
Cada vez que veo esta imagen, por cierto, recuerdo que, sobre todo en determinadas situaciones y lugares (como los turísticos), todos somos fotógrafos y nadie suele molestarse porque una cámara lo encuadre.
Cuéntame, ¿ves lo que te digo? ¿Dirías que funciona?