Ayer reviví uno de los momentos más duros de mi adolescencia y lo hice con una sonrisa en la cara.
Esa experiencia, además, me enseñó una lección que no vi venir: los miedos que te aterrorizan cuando eres joven no te definen.
Dicho de otra manera, tus miedos de hoy no limitan lo que serás capaz de hacer mañana.
Todos tenemos temores, pero hay miedos y miedos. Algunos se meten tan adentro que los incorporas a tu relato interno y acaban convertidos en uno de tus rasgos.
En una de esas cosas que no dices cuando te presentas a alguien pero que oyes en tu cabeza.
“Hola, me llamo Jota, nací en un pequeño pueblo de Galicia llamado A Gudiña, me encantan el baloncesto y la fotografía”… Y para mis adentros: “y me aterra ser el centro de atención”.
Ese era yo durante mi adolescencia y una gran parte de mi vida. Algunas cosas han cambiado, otras no.
El baloncesto sigue siendo mi deporte favorito, pero hace años que no lanzo a canasta (y hace todavía más tiempo que no veo un partido completo).
De la fotografía, bueno, qué te voy a contar.
En cuanto a ser el centro de atención, no solo ya no me aterra sino que de alguna manera, en según qué circunstancias, se ha convertido en una parte positiva e importante de mi vida.
Hoy no hay nada que disfrute más que presentarme ante un grupo y compartir mis experiencias, lo que he ido aprendiendo y descubriendo por el camino… Y también mis cagadas.
Pero eso es ahora.
Hace 30 años, sentado tras un micrófono en el salón de actos de mi instituto frente a todos los alumnos desde BUP hasta COU, me temblaban las piernas y tenía la espalda empapada de sudor.
Recuerdo el tartamudeo, el nudo en el estómago y el pánico cuando me tocó presentar a mis compañeros de ONG.
No recuerdo cuánto fui capaz de vocalizar, pero sé que fue poco y mal, el pánico me presionaba el pecho y hacía que me doliese. En un determinado momento Ricardo me salvó cogiendo el micrófono.
Sé que no parece una experiencia demasiado traumática, pero cuéntaselo a mi yo inadaptado de 17 años. Él no opinaba lo mismo.
Y ya ves. Ahora vivo momentos en los que, subido a un escenario, hablando frente a decenas o centenares de personas y metido por completo en ese flujo, disfruto como un niño y pienso para mis adentros “tío, quién te ha visto y quién te ve”…
Ayer, mientras preparaba una charla que impartiré en un instituto dentro de algunos meses me acordé del Jota que hace treinta años temblaba ante sus compañeros y compañeras. Y pensé que si tus miedos de adolescente no condicionan lo que puedes llegar a hacer ya me dirás cuáles pueden hacerlo.
Lo que te da miedo, lo que te limita en un determinado momento (por mucho que se extienda en el tiempo) no dicta qué puedes llegar a hacer.
Ni en la vida, ni en la fotografía (que es una manera – creo que una de las mejores – de estar en la vida).
Que tomes de la estantería un fotolibro del que todo el mundo habla y no sientas ni entiendas nada solo significa que hoy, ahora, no sientes ni entiendes nada.
Que no tengas ni idea de por dónde empezar a crear una secuencia o un trabajo propios no implica que no puedas aprenderlo (o descubrirlo por ti mismo).
Que no te sientas capaz de intentar un determinado tipo de foto hoy no significa que no vayas a lograrla dentro de un mes, de una semana o mañana mismo.
Y así todo.
Me considero un tipo afortunado por un montón de motivos, uno de ellos es ser testigo de cómo gente que tengo cerca se atreve a cosas que antes les parecían imposibles.
Lo veo a diario en mi círculo más próximo. Lo veo día tras día en El Club, que como bien sabes forma parte de mi red.
Y es que rodearte de la gente adecuada hace que te sientas capaz de todo.
Sí, también de eso que ahora piensas que nunca podrás superar.
Un cálido abrazo.
Jota.