Lo que hago no es bueno. Mis fotos no valen nada.
Apuesto a que has dicho eso – quizás incluso con las mismas palabras – refiriéndote a tu fotografía, más de una vez… Y de dos.
De hecho, estoy razonablemente seguro de que vas a decirlo (y decírtelo) un buen puñado de veces tras este mail.
Ojalá pudiese asegurarte que estas líneas incluyen la solución definitiva para el dichoso síndrome del impostor. No puedo, pero sí te diré que lo que voy a compartir hoy contigo hizo que ese pensamiento sonase un poco más bajo en mi cabeza.
No es que ahora esa voz en mi cabeza se oiga como un susurro, pero ya soy capaz de rebatir sus argumentos mientras repite que lo que hago no vale.
Ya no es uno de esos gritos ensordecedores que bloquean.
Me encantaría recordar a quién se lo escuché o de quién lo leí, lamentablemente no es así… Pero sé que funciona.
Antes de compartir el secreto deja que te cuente cómo y por qué es efectivo. Hace unas semanas te hablaba de un libro que me ha enseñado mucho (El Poder de las Palabras); en uno de los últimos capítulos Sigman habla de diferentes estrategias para manejar las emociones negativas, desde las más inmediatas (y poco efectivas) a las duraderas.
La resignificación es de las más interesantes; consiste en tomar algo que te duele y reformularlo de manera que te sirva.
Por ejemplo, el dolor a causa de algo que te sucede puede ser redirigido y convertido en la excusa perfecta para tomar una decisión que hace tiempo que estás posponiendo. Que hace tiempo que sabes que estás posponiendo.
La tristeza que sigue a una bronca con una persona tóxica puede transformarse en la energía necesaria para sacarla de tu vida.
Y así todo.
Puedes ver la resignificación como una especie de combate de judo contra tus propios pensamientos: cuando uno de ellos, uno grande, oscuro y pesado se dirige hacia ti aprovechas toda su fuerza para tumbarlo.
La clave para desactivar el síndrome del impostor es resignificarlo con la llave de judo adecuada.
Al fin y al cabo no es el “no soy bueno, no lo hago suficientemente bien” que escuchamos en nuestra cabeza lo que nos hace daño, sino cómo nos sentimos al oírlo.
El “secreto” es – en lugar de repetirte esas palabras una y mil veces – pensar en por qué te duelen tanto.
Es porque vas en serio.
Te preocupa no hacerlo bien porque tienes un enorme respeto por lo que haces.
Lo pasas mal porque la fotografía es demasiado grande para ti como para que te dé igual.
Dudas de ti mismo, como lo hago yo, porque amas lo que haces. Eso debería ser un motivo de orgullo, no algo que nos haga daño.
Cuando dudes, recuérdate lo bueno que es que te importe tanto como para hacerlo.
Bum, síndrome del impostor resignificado.
Permíteme un consejo más: habla de tus dudas y de tus miedos; apóyate en los demás y en su criterio cuando el tuyo flojee.
Constrúyete una red en la que puedas confiar cuando dudes de ti mismo. Ya sabes que en El Club está una buena parte de la mía.
Un cálido abrazo.
Jota.