Esta semana he recibido una pequeña dosis de odio.
La primera vez que lo pensé en estos términos me pareció un tanto exagerado, pero entonces apliqué una fórmula que me funciona bastante bien cuando no sé cómo calificar algo que vivo: imagino que le sucede a alguien que me es indiferente y que yo solo lo estoy observando.
Y en efecto lo de ayer se parece bastante al odio.
El motivo y la forma en la que se ha materializado es lo de menos, porque en realidad no vengo a hablar de eso sino de para qué me ha servido, con la esperanza de que también te sirva en algún momento.
Aunque la mayoría del tiempo no es así a veces la vida parece venir con manual de instrucciones. Lo digo porque esta semana charlaba en Calle Oscura – mi podcast – con Ainhoa Valle y en dos momentos de la conversación adelantaba cosas que me han servido para manejar lo que vino un par de días después.
Ainhoa cuenta que ya bastante restrictiva es la vida como para ponernos límites en lo creativo y que al final no se trata tanto de qué te sucede como de qué haces con lo que te sucede.
Ainhoa se refería a vivencias más traumáticas, pero renunciar a aprendizaje que nos deparan las cosas insignificantes es una excusa demasiado fácil para no seguir creciendo.
De eso va este mail.
Ante la avalancha de animadversión recordé que en el pasado había escrito sobre esas personas que se ensañan tan pronto como haces algo que no encaja con lo que piensan.
Por cierto, escribe, aunque sea solo para ti, aunque no vayas a leerlo nunca. Si no lo haces no te imaginas cuánto puede servirte.
Pero volvamos: pensé que releer lo que había escrito en su día me daría perspectiva. Así fue.
Lo que sigue es de hace casi seis años. Justo debajo te cuento qué he aprendido.
Hola querido hater.
Probablemente no te esperabas una entrada dedicada a ti. O sí, pero en ese caso dudo de que fuese una como esta.
Antes de nada dejemos una cosa clara: no voy a intentar convencerte para que dejes de criticar ferozmente lo que hago ni voy a pagarte con la misma moneda, si haces algo no es asunto mío.
Esta carta tampoco es para agradecer tu insistencia en destruir lo que me esfuerzo en crear; no voy a decirte que me haces más fuerte porque mi fuerza no proviene de ti.
Mi intención no es (sólo faltaría) justificar ante ti las cosas que hago, cómo ni por qué las hago. Hacerlo significaría otorgarte un poder sobre mis decisiones y mis acciones que no tienes ni tendrás nunca.
Te escribo para contarte que llegas tarde; tengo otro hater y es mucho más exigente, insistente y duro que tú.
Es como si estuviese todo el tiempo observando mis acciones. Me dice a diario que lo que hago no sirve para nada, que renuncie y que vuelva a donde me sentía seguro a sabiendas de que no me encontraba cómodo. Hace eso aunque sabe perfectamente que prefiero mil veces esta inestabilidad a la engañosa sensación de saber lo que iba a pasar cada día.
Me compara constantemente con la gente a la que admiro en lugar de espolearme para que busque mi propio camino.
Me conoce y sabe que en el fondo nunca me sentiré completamente satisfecho, por eso intenta minar mis energías diciéndome que el esfuerzo no vale la pena. Que me vacío demasiado y que quizás no me llene nunca.
Conoce mis miedos y eso le otorga la capacidad de encontrar las palabras que me hacen dudar. Al contrario que tú, lo que él me dice sí me duele.
Mi peor hater vive dentro de mí y tú no le llegas ni a la suela de los zapatos.
Ya puedo decirte el motivo de esta carta: no tengo tiempo para ti, me he propuesto convertir a mi hater favorito en mi mayor admirador y no pararé hasta conseguirlo.
Cuando releo esa carta me doy cuenta de un par de cosas muy reveladoras.
Uno: vivo rodeado de amor y de respeto.
Mi primera línea y el resto de personas que me importan son de esa clase de gente que lo hace todo más grande, más fácil y amable, mejor.
Es muy significativo que quienes han intervenido a mi favor en la polémica (una polémica existente solo al otro lado, por cierto), lo hayan hecho desde el respeto y sin tratar de imponer su visión. Dialogando. (Gracias por eso).
Lo de esta semana ha sido una pequeña anomalía, una interferencia insignificante en un entorno sano y positivo que me reafirma, una vez más, en la suerte que tengo con quien me rodea.
Dos. Que aunque sigo exigiéndome por encima de lo que a veces me conviene, algo sí ha cambiado con respecto a esa carta de 2017…
A ver, no he logrado convertirme en un admirador incondicional de lo que hago (quizás no lo logre nunca, aunque lo voy a seguir intentando).
Pero sé que dentro de mí ya no hay un hater sino alguien bastante más compasivo consigo mismo.
No es un mal resultado.
Y la partida aún no ha terminado.
Un cálido abrazo.
Jota.